La Plaza de la Catedral en La Habana
Por Luís Suárez, estudiante de periodismo.
La famosa plaza
La Plaza de la Catedral está ubicada en uno de los sitios más hermosos de La Habana Vieja que desde 1982 posee la distinción de la UNESCO de Patrimonio de la Humanidad. Por lo que no es de extrañar, que tanto las piedras que conforman su suelo como las emblemáticas edificaciones que la rodean, le proporcionen una singular belleza siempre a disposición del visitante.
Su nombre se debe a una majestuosa catedral que se eleva allí junto a otras edificaciones que también son clave para escribir su historia. Dígase el Palacio del Marqués de Arcos, Casa de Lombillo, la Casa Bayona y la Mansión del Marqués de Aguas Claras; viviendas todas que pertenecieron a la nobleza colonial habanera y que hoy tienen otros usos y están al alcance de todos.
Sin embargo, detrás del ambiente seductor que podemos encontrar, existe un pasado ineludible que nos permite ir a sus orígenes y descubrir que la Plaza de la Catedral se llamó Plaza de la Ciénaga. El calificativo original surgió porque precisamente en los terrenos donde está emplazada había una gran ciénaga, pues, al llover el agua quedaba estancada durante varios días y la zona llegaba a inundarse cuando el mar estaba embravecido.
Según consta en un documento redactado por el Cabildo de La Habana con fecha 23 de agosto de 1577, la ciénaga impedía el paso de un extremo a otro, siendo un obstáculo para una buena parte de los habitantes de allí que pretendían acudir a misa y realizar sus actividades diarias. Es por ello que el Cabildo cree necesario la construcción de un puente y solicita la colaboración de los que serían beneficiados; aunque no existe evidencia de la realización de la obra.
La parte de la plaza que se conoce como Callejón del Chorro fue la desembocadura de la Zanja Real, un sistema que se abastecía del Río Almendares para distribuir el agua por la ciudad y que se identifica como el primer acueducto que tuvo la Villa San Cristóbal de La Habana. A esta vía hidráulica que favorecía a los habaneros, pero que seguramente aportaba humedad a los terrenos, se unían algunos manantiales que hacia 1587 el gobernador Gabriel de Luján aprovechó para acopiar agua en una cisterna. Almacenar el preciado líquido sirvió entre otras cosas, para unos baños que fueron construidos tiempo después en el referido callejón, y para abastecer a las embarcaciones, pues, hay indicios de que cercano al lugar existió el primer astillero de la villa.
Desde la segunda mitad del siglo XVI algunas familias comenzaron a hacer sitio alrededor de aquel terreno cenagoso. Sin embargo, fue a partir del siglo XVIII que se transformó en uno de los lugares más populares de la urbe debido al asentamiento de personas adineradas que gozaban de mucho prestigio en la época.
Es probable que aquellas almas de renombre hayan tenido interés de vivir allí porque de forma paulatina y natural la tierra se fue secando. Incluso hubo restricciones en cuanto a la construcción de viviendas dentro del perímetro que conforma la plaza, por lo que podemos tener la certeza de que conservarla interesaba aun cuando producto a la humedad todavía eran visibles algunas huellas.
Uno de los interesados en invertir fue el habanero don Diego Evelino de Compostela y lo hizo precisamente en la primera década del siglo XVIII. Este obispo compró una parcela sobre la que levantó una humilde ermita que con el devenir del tiempo y con la ayuda de los jesuitas se transformó convirtiéndose, después de 1778, en la Catedral de La Habana, y distinguir así la plaza que se expande en su frente.
No sólo la Catedral
Pero volvamos a principios de aquel siglo para adentrarnos un poco en las personalidades que vivieron en torno al lugar; muchas de las cuáles presenciaron las transformaciones y vieron poner las primeras piedras de las construcciones coloniales que llegan a nuestros días.
El Palacio del Marqués de Arcos, por ejemplo, fue erigido en la primera década del propio siglo y su fachada da a la Plaza de la Catedral. Actualmente la construcción alberga un museo y una galería de exposición.
Otra de las edificaciones que distinguen la zona es la Residencia del Conde de Casa de Lombillo; terminada alrededor de 1750 y considerada una vivienda excepcional por poseer tres fachadas. Fue habitada por varias familias y un propietario llamado Alfonso Hernández solicitó al Cabildo autorización para tomar ocho varas de la plaza para hacer un corral; y aunque una porción del lugar fue dedicada alguna vez a concentrar ganado, su vecino Sánchez Pereira se opuso a semejante locura e impidió que se concretara la idea.
Tiempo después la casa perteneció a María de la Concepción Montalvo y Pedroso, quien la recibió en herencia por casarse con un hijo del Conde de Casa Lombillo nombrado José María Lombillo y Ramírez de Arellano; por lo que se le conoce como la Casa del Conde de Lombillo, o simplemente Casa de Lombillo.
María de la Concepción se convirtió en una célebre anfitriona tras la organización de una tertulia todos los miércoles, además de festejos y veladas culturales a la que asistían aristócratas e intelectuales de la época y visitantes extranjeros. Queda claro que la Plaza tiene desde hace muchos años el privilegio de ser transitada por personas muy cultas y de diferentes partes del mundo.
En la Casa del Conde de Lombillo estuvo también la oficina del primer historiador de la ciudad: el doctor Emilio Roig de Leuchsenring (1889-1964), a quien se debe la creación de la Oficina del Historiador de La Habana en 1936. Actualmente la residencia forma parte del Plan Maestro de Revitalización del Centro Histórico.
En cuanto a la mansión del Conde de Casa Bayona, hoy Museo de Arte Colonial, vale destacar que en 1754 el propietario obtuvo licencia para construirle el portal después de hacer la petición a las autoridades pertinentes. Sin embargo, no llegó a construirlo; de haber sucedido, la plaza fuese menos espaciosa.
Asimismo, La Casa del Marqués de Aguas Claras forma parte de esa complicidad entre lo cubano y el arte colonial que apuesta por lo auténticamente bello. Su construcción se enmarca en el siglo XVIII y llega hasta nuestros días para ser un sitio perfecto donde agradar el paladar, pues, en este sitio está a su disposición El Patio, un restaurante que tiene muchos que ver con el restaurant Paris, el que fuera uno de los más famosos comedores de La Habana entre 1904 y 1934.
Una plaza importante
La Plaza en su devenir histórico ha sido escenario para actividades comerciales y culturales. Parte del encuadre perfecto de muchas fotografías y un lugar acogedor para caminar de la mano en pareja, y compartir con amigos y familiares. Según Emilio Roig de Leuchsenring, la Plaza de la Catedral se convirtió en uno de los lugares más elegantes de la ciudad, llegando incluso a disputarle la popularidad a la Plaza de Armas.
En la década del 30 del siglo XX fue sometida a un proceso de restauración impulsado por la Secretaría de Obras Públicas y liderado por el arquitecto cubano Luís Bay Sevilla, quien tuvo en cuenta un proyecto del francés Jean Claude Nicolas Forestier. Este último urbanista falleció en 1930, pero había viajado antes a la ciudad y tenía adelantado un excelente proyecto de urbanización que incluía el diseño del piso de la Plaza, y para el que había tomado como referencia el plano que Miguel Ángel realizó en Roma para la Plaza del Capitolio.
La Plaza de la Catedral es un símbolo de La Habana y de Cuba toda. No en vano fue declarada Monumento Nacional, y tiene el poder de enamorar e inspirar a artesanos, intelectuales y artistas. Recordar que La Habana es una de las siete ciudades maravilla y que de una ciénaga nació una explanada de hermosura en donde pisar puede ser la primera acción para que se hagan realidad los sueños.